En Thunderbolts del MCU, Florence Pugh lidera a un grupo de antihéroes olvidados en una comedia de acción que mezcla trauma, salud mental y humor ácido. ¿El regreso que Marvel necesitaba?
Marvel Studios lanza Thunderbolts como una suerte de reinicio camuflado. Dirigida por Jake Schreier (Robot & Frank), la película se distancia del tono épico habitual del UCM para abrazar una fórmula más ácida, casi existencial. En el centro: Yelena Belova (Florence Pugh), quien lidera un equipo de personajes marginales con más traumas que superpoderes.
A primera vista, Thunderbolts parece una sátira del universo que ayudó a construir. Atrás quedaron las epopeyas de los Vengadores. En su lugar, esta cinta presenta a un grupo de “perdedores” liderados por la enigmática Valentina Allegra de Fontaine (Julia Louis-Dreyfus) en una misión suicida disfrazada de operación gubernamental. Con guiños cómicos, referencias actuales y una narrativa más introspectiva, la película reflexiona sobre salud mental, identidad y redención colectiva.
El reparto incluye a John Walker (Wyatt Russell), Ghost (Hannah John-Kamen), Taskmaster (Olga Kurylenko) y un nuevo enigmático personaje: Bob Reynolds (Lewis Pullman), una figura trastornada con habilidades sobrenaturales que introduce a “el Vacío”, la amenaza central y, potencialmente, un nuevo catalizador para el UCM.
A pesar de las limitaciones del guion y un clímax divisivo, Thunderbolts brilla en sus momentos de camaradería incómoda. La química entre los personajes —más rota que heroica— recuerda el encanto de Guardianes de la Galaxia, pero sin la ligereza galáctica. Aquí, el peso emocional es real, y la comedia sirve para descomprimir la carga.
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Florence Pugh es el eje emocional. Su interpretación de Yelena da profundidad a un personaje que ya había robado cámara en Black Widow y Hawkeye. Con ella al frente, Thunderbolts encuentra una voz propia, alejada del ruido que ha plagado las últimas entregas del MCU.
¿Es esta la película que salvará el universo Marvel? No exactamente. Pero sí es un paso necesario hacia una narrativa más humana, más autoconsciente y, sobre todo, más arriesgada.